Un lugar azul
“Dicen los tehuelches que la Patagonia
era solo hielo y nieve cuando el cisne la cruzó volando por primera vez. Venía desde más allá
del mar, de la isla divina donde Kóoch había creado la vida y donde había
nacido Elal, a quién cargó en su blanco lomo para depositarlo sobre la cumbre
del cerro Chaltén. Dicen también que detrás del cisne volaron el resto de los
pájaros, que los peces los siguieron por el agua y que los animales terrestres
cruzaron el océano a bordo de unos y de otros. Así la nueva tierra se pobló de
guanacos, de liebres y de zorros; los patos y los flamencos ocuparon las
lagunas y surcaron por primera vez el desnudo cielo patagónico los chingolos,
los chorlos y los cóndores. Por eso Elal no estuvo solo en el Chaltén; los
pájaros le trajeron alimentos y lo cobijaron entre sus plumas suaves. Durante
tres días y tres noches permaneció en la cumbre, contemplando el desierto
helado que su estirpe de héroe transformaría para siempre.”
Puerto Madryn es un lugar azul. Sobre las cosas resbala la
luz del sol queriendo pintarlo todo de dorado, pero no lo logra. El azul del
cielo es absoluto, y el del mar, intenso e irregular. Los edificios y casitas
se presentan sabiéndose pequeños, intentando junto a los árboles mostrara otros
colores, pero al final esta ciudad es mar, cielo y viento, que de tener color,
no sería otro que un perfecto azul. Son curiosas las líneas rectas de la rambla
y del muelle, parecen tan delgadas, tan cortas frente al mar, y tan infinitas
cuando se caminan y se siente el viento frío en la cara, el calor del sol.
Aquí, dos golfos se dan la espalda. En octubre y noviembre,
la ballena franca austral viene a este pacífico rincón del océano a copular, y vuelve tras de 12 meses de gestación para parir. Después, se queda otros 12 meses
para que la cría se desarrolle. Casi a cualquier hora pueden divisarse las
ballenas chapoteando al centro de la bahía, pero en ocasiones se acercan a
metros de la costa desde donde pude ver sus aletas, colas, cabezas y dorsos asomarse
del agua. Resultan majestuosas y a la vez tiernas, despreocupadas, abandonadas
al juego en parejas.
De pronto exhalan su sonido. Podría ser metálico, líquido,
vaporoso, grave o agudo, pero al final solo puede describirse como atemporal.
Uno está de pie en la playa y se siente ridículo al intentar fotografiarlas. Ni
siquiera un video les haría justicia. Sentir a uno de los animales más grandes
del mundo tan cercano, escucharlo, saber que de tener un solo dedo metido en el
agua, podría verte con sus vibraciones sonoras.
La piel de las ballenas sobresaliendo combina con el canto rodado
brillante de la humedad. Todas las piedras parecidas, todas únicas, entre las
cuales a veces se recorta una conchita blanca, un pedazo de violeta anacarado o
un caracol. El paisaje se extiende con la vegetación patagónica que se pega al
piso para protegerse del viento, y achica sus hojas para tolerar la falta de
agua.
Todo lo que se ve fue en algún momento el fondo del mar, por
eso abundan los fósiles marinos en algunas zonas del suelo. La edad de la
tierra se hace evidente en las capas de los cerros. La inferior y más gruesa es
la capa Gayman o Patagoniense, de 20 millones de años. La capa central es
llamada Puerto Madryn y tiene entre 10 y 15 millones de años. La capa superior
es de canto rodado y se formó como consecuencia de las desglaciaciones.
Subí a uno de los cerros buscando la mejor posición para
retratar la bahía. Mientras subía, me daba cuenta de que bajar sería mucho más difícil.
De pie en la cima, el paisaje me azoraba con su poesía y sentí la historia del
mundo bajo mis pies, supe que terminaba en ese momento en mí.
Los golfos que se dan la espalda son el San José al norte y
el Nuevo al sur, formando la península Valdés. Puerto Madryn se ubica al oeste del
Nuevo. Al este está Puerto Pirámides, a 60 kilómetros en línea recta y 100
kilómetros por carretera, desde la cual llega a avistarse el mar de ambos lados
en la parte más estrecha del istmo que conecta la península con el continente.
A esta altura del trayecto, uno puede desviarse a la costa
del golfo San José, desde donde se ve la familiar silueta de la pequeñísima
Isla de los Pájaros.
Sí, se dice que Antoine de Saint-Exupéry se inspiró en esta
isla para el famoso dibujo que aparece en El
Principito. No está permitido el acceso, pero los cientos de aves que la
sobrevuelan y le dan su nombre se ven desde un mirador. El avance del mar es
evidente. Incluso están enterrados en la arena los restos del primer mirador construido
en ese lugar. El guardafauna bromea con la idea de que en el futuro la
península pase a ser una isla.
Al llegar a Puerto Pirámides, sorprende su pequeñez. Es un
pueblo de 500 habitantes fundado en 1900. Sobrevive de los miles de turistas
que llegan por año –un hotel de dos estrellas en Puerto Pirámides puede costar 100 dólares por noche-. Su principal atractivo es
el avistaje de ballenas. Hay un pequeño barco amarillo que te permite verlas
desde abajo del agua y cuesta 120 dólares por persona, el doble que los barcos
regulares por las doble vista que ofrece.
Después de la arena, hay una franja de terreno arcilloso
repleto de fósiles y cráteres que forman espejos de agua donde se refleja el
cielo si se observan frente al mar, y el acantilado si se le da la espalda.
Esta es una característica de los mares del sur. Si empieza
a 150 metros del acantilado, puede tocarle los pies en dos horas. Desde la
franja de espejos de agua sobre la que aún se puede caminar, aparecen 2
cabecitas negras con blanco. ¡Pingüinos! Grito sin darme cuenta. Mi voz pudo
haberse confundido con la de una niña pequeña. En imposible no sentirse pequeño,
no sentirse joven ante dos pingüinos en medio de ese paisaje.
Casi en la cima del acantilado hay una franja hecha de bivalvos
fosilizados. Muchas veces nos han hablado de los restos marinos en las montañas
y de la elevación del suelo, pero cuando se te plantan en frente 10 millones de
años, es como descubrir el mundo por cuenta propia.
Al sureste de Puerto Pirámides está la Lobería, repleta de
lobos marinos como lo indica su nombre. Los cuerpos marrones retozan sobre una
pequeña meseta aún húmeda, hace poco estaba cubierta por la marea alta. A
simple vista parece que todos de mueven, pero si nos fijamos con cuidado,
descubrimos que las más inquietas son las crías. Trepan sobre los adultos
dormidos e inmóviles que se despiertan entre gritos quejumbrosos. También
algunos se dejan caer al agua y nadan solos o en parejas.
Mar adentro escucho un chapuzón y al voltear la cabeza
alcanzo a distinguir los destellos plateados. Espero, mirando a través de los
binoculares. Una ballena salta y gira antes de volver a sumergirse. Pienso en
cuál será la razón de su salto. Algunos dicen que es una forma de comunicación,
otros que es una forma de limpiarse. Yo prefiero imaginar que sabe que la
observo, y me saluda presumiendo su libertad.
Las fotografías son mías
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