¿Por qué los pulpos son irresistibles? de la biología al arte japonés

Mi simpatía por los pulpos empezó hace un par de años. No recuerdo el momento exacto y sería absurdo intentar recordarlo, pero a lo largo del tiempo fui acumulando datos al respecto. Mis algoritmos de Facebook y YouTube pronto se pusieron al día de mi interés y comenzaron a recomendarme los videos correspondientes. Fue ahí que me enteré de los primeros datos curiosos sobre estos moluscos. Hay muchas especies de pulpos en el mundo, pero nos vamos a atener al pulpo común, la especie más estudiada y que además se encuentra en todos los mares del planeta. También es la especie a la que pertenece la protagonista del reciente documental de Netflix “Mi maestra pulpo”. 

 Aprendemos desde niños que el pulpo tiene, además de ocho patitas, una bolsa de tinta que arroja para confundir a sus predadores cuando escapa de una situación. Pronto me di cuenta que esta es la menos interesante y probablemente la menos útil de sus habilidades. 

 Los pulpos son, en esencia, moluscos que perdieron su coraza hace miles de años. Su cuerpo, absolutamente blando y flexible les permite pasar por cualquier rendija a penas más grande que su globo ocular, pero también los vuelve extremadamente vulnerables cuando no están escondidos en alguna cueva. Por eso han evolucionado como los mayores maestros del camuflaje: pueden cambiar no solo el color, sino también la textura de su piel en menos de un segundo. Su sistema de camuflaje combina bolsitas de pigmento rojo, negro o amarillo que pueden expandir o contraer a voluntad, con una segunda capa de células que reflejan los colores del entorno, y una tercera que refleja solamente la luz ambiente y los vuelve completamente blancos. Todo esto, sin poder ver a color. 

 Así es, los pupos ven en blanco y negro con los ojos y a color con la piel. Para poder convertirse en casi cualquier cosa, tiene fotorreceptores en todo el cuerpo con los que analizan constantemente el entorno y toman decisiones de camuflaje cientos o incluso miles de veces por día. Es una función involuntaria sobre la que pueden tener control, como respirar o parpadear para les humanes. Si un pulpo perdiera uno de sus brazos, este seguiría cambiando de color y reaccionando a estímulos durante casi una hora. 

A diferencia de cualquier otro invertebrado, los pulpos tienen 500 millones de neuronas, la misma cantidad que un perro, pero en vez de estar en su cerebro, la mayoría están en los tentáculos. Esto significa que pueden, de alguna manera, pensar con los brazos: un pulpo es capaz de hacer algo distinto con cada uno de sus tentáculos sin tener que “dirigirlos” directamente desde el cerebro. A pesar de compartir la cantidad de neuronas, los pulpos están evolutivamente muy lejos de los perros, o de cualquier mamífero que se nos pueda ocurrir cuando pensamos en “vida inteligente”. Nuestro ancestro común con el pulpo probablemente fuera una especie de gusano de agua bastante insípido que vivía en los mares hace 600 millones de años. Aún así, los pulpos están evolutivamente más cerca de ese gusano, lo cual significa que probablemente sean la forma de vida inteligente más antigua de la tierra. 

 Ahora ¿de qué hablamos cuando hablamos de inteligencia? No podemos comunicarnos con los pulpos mediante un sistema simbólico abstracto y arbitrario como lo es el lenguaje para medir su coeficiente intelectual, pero podemos darles tareas, empujarlos a resolver problemas y enseñarles cosas. Y se ha visto que los pulpos aprenden, y rápido. Además, en varias ocasiones se ha visto a los pulpos utilizar herramientas. Un ejemplo famoso es el de los pulpos que cargan cáscaras de coco. Sostienen las dos mitades con cinco o seis de sus tentáculos, mientras que “caminan” por el fondo marino con los restantes. Esto les permite trasladarse por zonas donde no haya cuevas o lugares para protegerse y poder detenerse a descansar en el camino. Mientras más lo pensamos, esta actitud resulta más compleja. El pulpo planeó, anticipó un inconveniente y lo resolvió utilizando un elemento externo. Un perro, con la misma cantidad de neuronas, no puede hacer eso. Hasta hace muy poco se pensaba que este tipo de comportamiento estaba presente solo en humanes, primates y algunas aves. 

 El pulpo común vive tan solo un año. Son animales territoriales y solitarios. Las hembras se aparean una sola vez cerca del final de su vida, pues los huevos requieren tanta energía y nutrientes de ellas, que dejan de comer y mueren antes de que algunos de sus cientos de miles de potenciales hijes logren nacer y madurar. Esto deviene en que un pulpo no tenga progenitores que le enseñen a hacer nada, ni entorno cultural de ningún tipo. Los pulpos no solo han desarrollado un tipo de inteligencia ajena a cualquier conducta social, sino que además la heredan y desarrollan sin estímulos directos o posibilidad de imitación. Como si accedieran a un conocimiento ancestral, perfeccionado durante milenios, a partir de la pura necesidad de supervivencia. Y sin embargo, los pulpos son capaces de todas las cosas que mencionamos, y más. 

 Pero ¿qué más? ¿Acaso no hemos demostrado que los pulpos son la cosa más cercana a un alien en la tierra? Pues dos cosas muy importantes que se alejan un poco de la ciencia y se acercan mucho a la humanidad: el juego y el erotismo. 

 El juego es una actividad indispensable al momento de generar vínculos, con animales o con otras personas. Es algo que nos conecta profundamente con nuestras mascotas y que nos permite empatizar con monos, gatitos bebé o algunos loros. Durante mucho tiempo, los investigadores asociaban este comportamiento directamente con una necesidad social para aprender reglas de la comunidad, establecer jerarquías o apareamiento. Una teoría similar a la que explicaba el desarrollo de inteligencia. Pero el juego de los pulpos no tiene nada que ver con eso. Los pulpos juegan en soledad, como una simple forma de pasar el rato cuando se sienten seguros y aburridos. Saben que no necesitan hacerlo, no hay ningún instinto detrás de su juego, pero lo hacen igual, por puro placer. Y hablando de placer… 

 “Mi maestra pulpo” sigue al cineasta Craig Foster durante un año en el cual baja todos los días a bucear al mismo bosque de algas en Sudáfrica para visitar a un pulpo hembra (¿una pulpa?) con la que desarrolla un vínculo muy intenso. Foster admite en varios momentos que no solo estaba tan obsesionado con ella como para ir a verla a diario, sino que pensaba y soñaba con ella las 24 horas. Realmente se enamoró del animal. Hay una escena donde se ven al pulpo y a Foster jugando y ella se apoya en su pecho durante un rato. Mientras mirábamos la escena nos reíamos diciendo que “su esposa se estaba poniendo celosa”. Foster desarrolló un vínculo emocional muy profundo y podemos entender por qué. La curiosidad, inteligencia y dulzura de los pulpos es francamente encantadora. Pero la atracción que mucha gente hacia ellos trasciende el plano emocional; la imagen de los pulpos, con sus tentáculos y colores brillantes, resulta fuertemente erótica.
Una de las xilografías japonesas más conocidas, después de la hiper comercializada “Ola de Hokusai” pertenece al mismo artista, y se titula “El sueño de la esposa del pescador”. Es una de las obras más célebres de shunga, un género de estampas japonesas del periodo Edo (1600-1900 aprox) que tienen como tema central representaciones sexuales de todo tipo. Los japoneses de entonces eran bastante abiertos con la sexualidad, y no la consideraban algo tabú o vergonzoso. Al contrario, muchas veces se asociaba al sexo con situaciones cómicas, y es muy probable que el mismo Hokusai haya pintado “El sueño de la esposa del pescador” con un tono levemente paródico, o que invitara a una risilla escandalizada. Pero el éxito de la imagen del pulpo no es gratuito. El artista tuvo la sensibilidad de elegir al animal por su estética, la sugerencia de humedad y suavidad que transmite, y el evidente carácter fálico de sus múltiples extremidades. No creo que Hokusai fuera consciente de la altísima capacidad cognitiva de los pulpos, pero es un factor que hoy en día definitivamente suma al fetiche. La atracción y erotización de una figura puede estar basada en la imagen, pero el elemento actitudinal y emocional implicado es determinante. Por eso las fantasías zoofílicas, en general, existen con aquellos animales que hasta ahora hemos acordado en llamar “inteligentes”: perros, felinos, primates, delfines… 

La apertura del Japón del periodo Edo a representar escenas sexuales (no solo heterosexuales, sino también homosexuales, orgiásticas, con individuos de género neutro y todo tipo de fantasías incluyendo las zoofílicas) contrasta terriblemente con la represión sexual que se vive en el Japón actual, al menos en la esfera pública. Hoy en día, los japoneses son la población que menos sexo tiene y, al mismo tiempo, la que más pornografía consume. Este cambio tan radical no se debe a otra cosa que a la fuerte occidentalización que se dio en el país en el último siglo, y que contrastó con una visión profundamente católica y puritana de los países europeos. Hacia el final del periodo Edo, el shunga fue prohibido por ir en contra de la moral pública (como una medida de las autoridades para que se reconociera a Japón como una nación “avanzada) y encontró su canal en la clandestinidad, donde fue teniendo cada vez más éxito. Por distintos caminos siempre ocultos, el shunga se fue adaptando hasta llegar al hentai actual (manga y animé pornográficos) donde, por supuesto, hay todo un subgénero dedicado específicamente a los tentáculos: en occidente, se llama tentai. Hentai en japonés significa fetiche o perversidad sexual, y es muy revelador y al mismo tiempo nada sorprendente que tengan una palabra tan breve para tal concepto. 

Paradójicamente, el arte shunga -que hoy en día sigue considerándose inmoral en japón- tiene cada vez más popularidad en occidente y capitales como Londes o París han hecho las exposiciones más grandes dedicadas a este tipo de obras. Y a la vez que el manga se populariza exponencialmente más allá de Japón, también lo hace el hentai, al punto de que en la serie de Sex Education hay un personaje (Lily Iglehart, interpretado por Tanya Reynolds) que hace comics eróticos sobre extraterrestres. Y los extraterrestres de las fantasías eróticas siempre tiene tentáculos.





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