Genio y figura: la construcción de una obviedad que nos persigue


A principios del 1600, a Descartes se le ocurrió resolver la metafísica y determinar que cuerpo y alma eran dos sustancias fundamentalmente diferentes. Voy a conceder que lo respaldaba una tradición filosófica que sostenía este dualismo desde Platón. Pero la verdad es que cuando lxs filósofxs hablan de la distinción cuerpo-alma, hablan de “dualismo cartesiano”. Este dualismo ha forjado nuestro sentido común durante siglos. 

Lxs humanxs no la tenemos fácil con el problema mente-cuerpo. Nuestro sistema nervioso es centralizado y en ocasiones bastante despótico. Después de miles de años de evolución y desarrollo del pensamiento racional, resulta que para lo que más nos sirve es para hacer malabares argumentales que justifiquen nuestras malas decisiones. Y dado que la mayor parte de nuestro movimiento visible es dirigido y dirigible, lo más natural es pensar en el cuerpo que tenemos

Incluso cuando le ponemos voluntad y tratamos de tener una relación más amable con nosotrxs mismxs, pensamos en cuidar nuestro cuerpo y nuestra salud. Pensamos, quizá, en ser más compasivxs con el cuerpo que nos tocó. Casi escribo que el cuerpo, pobre, no habla. Pero sí se comunica. 

El cuerpo tiene un lenguaje que no siempre aprendemos a escuchar. El sentido común nos lleva a pensar en cuidar el cuerpo, pero también a olvidar las formas que tiene el cuerpo de cuidarnos, de cuidar a esta mente caprichosa que le tocó. Puedo pensar en dos condiciones que me han ayudado a aprender el lenguaje del cuerpo: ser bailarina y menstruar.

Primero, vivir en un ciclo menstrual es como vivir en una marea cuyos cambios puedes aprender a navegar, o resignarte al naufragio. Paradójicamente, desconocer el propio ciclo por relegarlo a una condición corporal, termina subyugando toda la vida a sus designios (porque cuando entramos en el tema de las hormonas, andá a decirme de qué lado del dualismo cartesiano estamos). 

Segundo, bailar es una forma de plenitud. Unas ondas de sonido llegan a los oídos y algunas resuenan en el pecho. Las decodificas y asocias, empiezas a elaborar recuerdos y sensaciones de familiaridad. Algo pasa, te gusta. Te mueves. No sabes por qué ni hace falta preguntar. A menos que alguien se haya burlado de esa vulnerabilidad, no te pones a pensar cómo tienes que mover tú cuerpo. Sientes cosas y te mueves, eres cuerpo. 

Recuerdo la primera vez que escuché esa frase: “no tenemos cuerpo, somos cuerpo”. Al principio me pareció innecesaria. Luego me puse a imaginar un cuerpo sin mente y pensé en un estado de coma o en cadáveres. Quise imaginar una mente sin cuerpo y entendí que solo podemos inventar fantasmas. Hasta una red neuronal necesita una placa gráfica.

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