¿Feminismo? : Las calderas del tren

Mi abuela tuvo tres hijas y dos de ellas tuvieron tres hijas. La otra me tuvo solo a mí, una niña. Mi abuela tiene un hermano a quien no le habla hace años y el cual tampoco tuvo hijes. También tiene una hermana, ella tuvo dos hijas. Mi abuelo está muerto desde que mi mamá era bebé. Tengo un padre al que siempre vi menos de lo que me hubiera gustado, dos hermanos que siempre vivieron en otro país. A los once años empecé a estudiar ballet profesionalmente y los hombres en el ballet siempre son pocos. Yo siempre viví entre mujeres. 

La sororidad no es algo que busco porque entiendo a mi género mejor de lo que yo misma pienso. ¿A qué va todo esto? A que la primera vez que me llegó por Facebook la invitación a un "taller de periodismo cultural para mujeres”, yo no podía evitar sentir que algo ahí estaba mal y en última instancia, responsabilizaba a mi historia personal de dicho sentimiento. Me decía a mí misma que quizá lo que pasaba era que estar solo entre mujeres me aburría, que quizá algunas necesitaran un espacio femenino donde se sintieran protegidas, pero que no era mi caso y no me interesaba.

Hoy en día aún no me interesan, pero retomo la idea del separatismo para empezar a hablar sobre todo esto. Las mujeres artistas que conozco suelen acercarse a este tipo de espacios para tener la certeza de que se va a valorar su trabajo y nadie se les va a acercar al final a hablarles con la expresa intención de coger. Los espacios de mujeres cumplen ese objetivo, pero sabemos que es una solución a corto plazo. Perpetuar la idea del separatismo nos debilita, como nos debilita cualquier sobreprotección. Si bien estamos constantemente expuestas a la violencia social, siempre consideré que la forma de neutralizarla no es mediante el resguardo que estos espacios ofrecen, sino a través de su cuestionamiento en ambientes controlados. 

A este cuestionamiento del modelo en que vivimos puede aportar quien sea que quiera y necesite. Como sociedad, apuntamos a alcanzar un grado de sanidad suficiente como para que la violencia de género pase a ser un concepto histórico. Es necesario que compartamos espacios con cualquier persona que aporte su voz y su experiencia que, además, siempre va a cargar con la marca de agua del patriarcado, independientemente de su género u orientación sexual.

Por esto me parece fundamental recordar que no se puede censurar una voz solo por su género. Esa es la lucha del feminismo, que nuestro género no defina nuestras posibilidades ni espacios de expresión. Vemos a Ema Watson en Facebook todo el tiempo diciendo “el feminismo es sobre igualdad y sobre elección”, nos brotan posteos diciendo que después de que las mujeres hayan vivido toda una historia de opresión, los hombres deberían agradecer que hoy busquen igualdad y no venganza. Paradójicamente, “nuestra venganza es nuestra autonomía” es lema de una de las páginas de denuncias anónimas de acoso y violencia de género más conocidas de la Argentina. Empezó a pasar que la consigna y la búsqueda última no son la justicia y seguridad de las víctimas, sino la venganza y descarga de un odio ancestral que no estamos pudiendo manejar con éxito.

Qué fuerte cuando mencionamos el odio. O quizá en este caso, sería más preciso hablar de algo que me parece peor: la capacidad que tiene una mujer de odiar a cualquier hombre a partir de cualquier testimonio que lo acuse. La misma capacidad sin importar que ese hombre sea desconocido, conocido, amigo, vecino, hermano o padre, las relaciones o impresiones previas a la acusación son intrascendentes; la misma capacidad para odiar que cualquier macho tendría hacia cualquier mujer que pusiera en duda su idea de  masculinidad. 
Porque si seguimos la lógica de que cualquier hombre es un potencial violento, manipulador, golpeador o violador – y esto no es una exageración retórica ventajosa para mí, sino un hecho que sienta las bases de muchos espacios feministas, tomando como potencial agresor a cualquier sujeto que tenga las capacidades físicas necesarias para violentar una persona— entonces cualquier ser humane tiene la capacidad de agredir y cualquier denuncia de cualquier naturaleza y proveniente de cualquier fuente, tiene el mismo peso que un hecho comprobable.
La naturaleza de las denuncias me lleva a otro punto. Según la Guía femimutante de escrache y visibilización disponible en www.altatrama.com:

“Toda enunciación tiene la misma relevancia. Toda violencia cala profundo y se manifiesta de formas particulares, el abuso psicológico no es menos grave que una violación, un acoso no es menos grave que un golpe. Esto quiere decir que todos los machos son escrachables, no hay una vara que mida quien más o menos, eso es elección individual de cada une, somos dueñes de nuestras historias y ninguna persona puede medir nuestras vivencias”.

Analicemos un poco el manejo que quien haya escrito eso hizo del discurso. Primero, dice que toda denuncia vale igual, no hay una vara que mida las denuncias, pero al momento de enunciarlas compara abuso psicológico con violación y acoso con golpe. De un lado compara acciones violentas que visualmente profanan a la víctima y del otro, acciones violentas que visualmente se quedan en el exterior. Nos hace creer que de hecho valen lo mismo, pero no se le ocurriría comparar un acoso callejero con una violación, no en un texto manifiesto. 
Hay otra palabra fuerte: elección. La medida de la agresión es elección de cada une. La historia tiene une propietarie: quien denuncia. La historia le pertenece a elle, y elle decidirá la gravedad de la acción. No importa nada más. La acción del denunciado también le pertenece al denunciante.
El feminismo se parece a una bestia cada vez más hambrienta que se aleja con el tiempo de nuestro posible control. Por esto me parece indispensable no dejar pasar estas desviaciones. Mientras más pronto las atendamos, más fácil será llevar el movimiento adelante con la eficiencia que merece.
Sigo. Si a muchas feministas siempre les molestaron ciertas ideas que a mí me parecen básicas (como que los eventos separatistas no funcionan) a mí me molestan ciertas declaraciones del tipo “nos protegemos entre nosotras, sabemos que somos muchas quienes sufrieron de sus abusos, no estás a salvo, en cualquier momento te escrachamos a vos también, macho falso aliado”. Me dirán que es una exageración injusta, pero es el subtexto de miles y miles de posteos.

Tengo cosas para decir. Uno: el concepto de sororidad es relativo y estar entre mujeres no equivale a estar segura. Los eventos separatistas no están exentos de presión social, particularmente los eventos artísticos y culturales, donde siempre va a ser mejor vista una obra feminista, política (siempre y cuando sea desde la izquierda) o LGTB+ sobre otra de cualquier otro tema. Dos: si viviste una situación de machismo, siempre voy a priorizar el diálogo directo con antes que contarle a tu amigue. Si bien el diálogo con terceros es necesario para ver las cosas con perspectiva, las cosas no van a cambiar si no decidimos enfrentarlas. Escapar de lo que no nos gusta hace que dejamos de sufrir momentáneamente, pero no nos quita el miedo ni cambia la realidad. Tres: si la situación de machismo fue en el ámbito sexual del tipo “no usó condón” “no me sentí cómoda” “yo no quería pero tampoco me negué porque no supe qué hacer”, perdón pero, lejos de ser una situación de abuso, es una situación de incomunicación donde la supuesta víctima no tiene el suficiente control sobre su persona como para imponerse. Y este es el tipo de empoderamiento que debemos aprender a generar entre mujeres. 

A todas nos educaron para complacer, pero para desechar eso tenemos que poner en práctica nuestra autonomía. Si alguien dice algo machista, decirle qué es lo que está haciendo mal y por qué, si alguien invade nuestro espacio personal y nos está haciendo sentir incómodas, decírselo y pedirle que se aleje. En el caso de que la persona se ponga violenta, tenemos que saber defendernos físicamente. Todo esto es algo que se dice y se sabe, pero hay que ponerlo en práctica. Una mujer nunca debería paralizarse por el miedo, y enfrentar ese miedo es el primer paso para sanar.

La violencia contra la mujer y su lucha son como un círculo vicioso. A las mujeres se nos educa con miedo a la insuficiencia y al abandono, con la certeza de que un hombre siempre tiene más capacidad física para protegernos y menos capacidad emocional para contenernos. Siguiendo esta construcción social, el feminismo exige la deconstrucción de estas convenciones para eliminar los roles de género y las actitudes machistas. Exige la deconstrucción, pero nadie exige deconstrucción a una mujer que no puso a su pareja sexoafectiva en un lugar de igualdad emocional a la hora de hablar de sus conflictos o cuya autoestima se vio amenazada por el riesgo de que, al exigir algo, fuera abandonada.

Algo que necesitamos entender es que así como la construcción de feminidad nos incapacitó para enfrentar nuestros miedos, la construcción de masculinidad incapacitó a los hombres para enfrentar sus sentimientos. Esta deficiencia emocional es, en muchos casos, la razón de que los varones construyan su personalidad basándose en el machismo, porque es casi la única pauta que tienen y también creen que es la única manera en la que van a sobrevivir. Por eso es necesario que todes nos expongamos para sanar ante aquello cuya represión nos debilita. 

Seguimos la construcción social cuando no nos parece extraño que cualquier hombre manipule a una mujer, pero sí que cualquier mujer manipule a un hombre. En el segundo el hombre nunca podría ser una víctima, porque seguiríamos calificandolo de incapaz. En el primero, “creer es una decisión política” y “la víctima es dueña de su historia”. En una denuncia de violencia, ninguna mujer se hace cargo de su emocionalidad y nadie se lo exige. Al contrario, se motiva a perder contacto y toda posibilidad de diálogo. Se invita públicamente a bloquear no solo al acusado, sino a cualquier persona que pueda tener algún vínculo con él, justificándose como prevención a futuras violencias. 

Voy a hacer una aclaración que me parece evidente, pero a este punto ya perdí bastante perspectiva de qué es evidente y qué no: existen violaciones en cualquier circunstancia o tipo de relación, existen hombres peligrosos de los cuales no solo es recomendable sino necesario alejarse física y emocionalmente. No estamos hablando de esos casos, sino de la mayoría de los casos de violencia que se denunciaron en redes sociales en el último año. Continúo.

Escrachar a un hombre hetero cis en 2019 implica aislarlo de su entorno. Más allá de que el hombre sea, en efecto, un macho tóxico y violento o no lo sea, el aislamiento me parece crucial. Si no es un macho culpable merecedor del desprecio público, cualquier medida está fuera de discusión. Si lo es, entonces el aislamiento es una forma de segregación social que profundiza las heridas originales que en la gran mayoría de los casos lleva a cualquier persona a tener conductas violentas. La violencia, como una adicción, es consecuencia de los propios desbalances. Me parece adecuado recordar el experimento de las ratas y la heroína. ¿Cómo se rehabilita a una rata? Integrándola en comunidad y manteniéndola ocupada y en bienestar. ¿Crees en la rehabilitación de un macho? Si no, pregúntate de qué se trata tu lucha por cambiar a la sociedad. Si sí, date cuenta que no puedes aislar a un macho. Puede que te estés protegiendo, pero ¿estás protegiendo a futuras víctimas? 
Voy a citar un tweet que me encontré en Instagram ayer, y que luego busqué en tweeter, pero ya no estaba. Me parece hermosamente polémico:

        @MarinaGlezer
Para que exista un cambio de paradigma real, no se puede atacar la violencia machista con nombres propios, hay que deconstruirse sin escudarse en la victimización de ser mujeres. Hay que abrazar al macho. Lo lamento, pero ese misógino, también es humano.
  
¿Por qué el aumento de los escraches en redes sociales? No se debe únicamente al innegable y creciente empoderamiento de la voz femenina, sino a que, como dice el manual antes citado, “todo macho es escrachable”. Esto es así porque, en definitiva, toda persona es escrachable. Las denuncias no pasan por ningún tipo de filtro porque todas están pudiendo alzar su voz al mismo nivel. Y están pudiendo porque ninguna denuncia de esta naturaleza va a llegar a un nivel judicial; la única condena, es la condena social. Esto deja a los acusados en absoluta vulnerabilidad, porque la lógica de condena es opuesta a la lógica judicial y al ser tan difícil presentar pruebas de violencia no física, el derecho universal de presunción de inocencia (donde tode ser humane es declarade inocente hasta que no se demuestre lo contrario) no existe.
En las páginas de internet dedicadas a difundir denuncias se protege la identidad de le dencunciante, o sea, las denuncias son anónimas. Se establece de antemano que creer todos los testimonios es una decisión política, de modo que cuando la denuncia llega a la sociedad, es prácticamente imposible conocer el contexto u origen de la misma. El fundamento principal de la política de creer todos los testimonios indiscriminadamente es (¿era?) que ninguna mujer se expondría a hacer una denuncia falsa, puesto que la pone en una situación de vulnerabilidad. Sin embargo, aún en las denuncias anónimas se sigue esta misma política, argumentando que el anonimato protege a denunciantes de posibles represalias por parte del macho, tanto a quien denuncia como a su círculo cercano, pero ¿no será capaz el macho de identificar a quien lo denuncia cuando se describe la situación vivida? Conviniendo que esto es así ¿bajo qué política, entonces, se mantiene el anonimato? Si dentro de la denuncia no se describe situación alguna ¿qué sentido tiene la denuncia? Es más ¿podríamos hablar de denuncia?
A todes nos conviene, en cierto momento, ser víctimas cuando buscamos exigir. Y aquí es donde siento que entro en terreno verdaderamente peligroso. Intentemos salir por un momento del contexto en el que estamos. Decodifiquemos las siguientes palabras sin ningún tipo de tendencia:

"La gente suele aceptar o incluso amplificar su propio sufrimiento si pueden empuñarlo como evidencia de que el mundo es injusto".

Esta cita, de un (ya) famoso psicólogo canadiense no busca descalificar una lucha ni negar la injusticia del mundo, sino poner en perspectiva el sentido que le damos al sufrimiento dentro de la exigencia de justicia. Es mucho más difícil enfrentar sin dolor, porque sentimos que si nuestro dolor no está vigente, nuestra exigencia vale menos; el lugar de víctima es una garantía de que se nos escuchará por compasión, aunque esta compasión no solo está ausente del discurso sino que se niegue explícitamente.
Cuando una mujer se reconoce como víctima de una situación de violencia de género, será inmediatamente contenida y apoyada por el movimiento feminista en general, pero en particular por les amigues que haya generado dentro de este medio. Esta contención permanecerá en su círculo cercano independientemente de que su denuncia sea anónima o no. Y después están los casos donde la denuncia pública no existe, sino denuncias privadas hacia el círculo social e incluso laboral del acusado sin llegar al exponerse como caso. Este último punto suena a una minoría despreciable, pero su invisibilidad es lo que suma gravedad a este tipo de segregaciones (porque, reitero, la segregación es lo que resulta disfuncional a largo plazo) a partir de un supuesto caso de violencia. Para ilustrar, cito una frase que vi publicada en facebook hace unas semanas:

“¿Viste cuando tuviste una experiencia mala con un macho de mierda pero no te hizo nada lo suficientemente grave para escracharlo y tenés que fumarte a todo el mundo minimizando tu experiencia?”

Como suele suceder en las redes sociales, los comentarios a esta publicación eran bastante más impresionantes que la publicación en sí, pero citarlos nos alejaría del debate mientras nos quejamos de opiniones que no suman a esta reflexión. La pregunta viene sola; si un macho no es escrachable ¿Cuáles fueron sus machismos? La guía de escrache nos decía, como punto fundamental que todo macho es escrachable, lo cual me lleva a dudar del concepto de macho que se está manejando. Dentro del discurso, suelen equipararse situaciones dolorosas con violencia de género en la cual peligre la integridad de la mujer, lo cual a su vez termina justificando el aislamiento del “macho” al calificarlo de peligroso en prácticamente todos los casos. El peligro de sentirnos agredides o herides está siempre presente en cualquier relación sexoafectiva, pero como feministas tenemos el poder de la consciencia y con ella la responsabilidad de la deconstrucción. Si aquelles con quienes nos relacionamos requieren y aceptan nuestra ayuda en ese proceso, debería ser nuestro lugar acompañarles, todes tenemos que aprender de todes. Deconstruirnos también es saber hablar a tiempo, cuidarnos y ser dueñes de nuestros propios conflictos y emociones.
Darse cuenta de haber estado históricamente oprimides duele. Duele y genera enojo, hartazgo y rencor. Si no se canaliza en una convicción que nos atraviese y apunte a un bien común, es solo cuestión de tiempo para que ese rencor devenga en venganza, y la venganza nos hace actuar desde las víceras. Emocionalmente, la venganza nos satisface de forma inmediata, pero no nos permite ver que el esfuerzo de la propia sanación antes de usar el dolor como bandera nos redituará como movimiento a largo plazo.
Esto es un mensaje a las mujeres. Las que no discuten sobre su forma de enfrentar la lucha. Las que no discuten, ni escuchan, ni debaten. Las que usan la venganza como eslogan y la ideología como arma de fuego. Se han subido a un tren en marcha y queriendo ir más rápido, están prendiendo calderas en cada vagón. Calderas sin agua y sin motores.



Epílogo

Hace ya más de un año que escribí esta especie de manifiesto. A pesar de haber invertido mucho trabajo en él y haberme esforzado por revisarlo muchas veces para que quedara lo menos naif posible y alguien lo pudiera tomar en serio, nunca lo publiqué. Se quedó juntando polvo a pesar de que muchas personas cercanas lo leyeron y me dieron su opinión, en varios casos positiva. Las amigas militantes con quienes lo compartí tampoco se vieron ofendidas, como máximo me dijeron que entendían pero no compartían. Probablemente porque eran mis amigas. Hubo quien me reprochó haber desconfiado tanto de algo que escribí con tanta convicción. Hoy entiendo que no lo publiqué por miedo. Miedo a ser malinterpretada, miedo a que volvieran a llamarme encubridora o revictimizadora, miedo a recibir más violencia por parte de quienes dicen condenar la violencia. Después pasó el tiempo y me dije que ya era tarde. Dicen que más tarde que nunca, ¿o no?
En este mundo de la hiperinformación, hiperveocidad e hiper todo, un año es como una década en cuestión de contenidos. Varias referencias quizá hayan quedado obsoletas, irreconocibles o incomprobables. De la misma manera yo he madurado y hay muchos momentos de mi propio discurso que desconozco, pero no por eso le voy a quitar todo valor. Hoy publico para encarnar lo mismo que exigí: comunicación y valentía. 

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