La poesía y los reflejos

Quise ser fotógrafa cuando era niña, quizá entre los 9 y 10 años, aunque desde antes me gustaba acabarme el rollo de la cámara de mi mamá fotografiando muñecas, personas o el espejo, donde no se veía mas que el flash. Sigo contemplando la idea de hacer fotografía de verdad algún día, aunque no sea mi profesión.

Ayer le conté esto a un poeta. Me dijo que a él también le atraía la foto, que se parece a la poesía. Ambos son fragmentos de la realidad, me dijo. Y yo que siempre le doy vueltas a todo, intenté llegar a una definición puntual.

Concluí que la poesía y la fotografía se parecen porque ambas son composiciones que buscan resaltar la belleza o brutalidad de las cosas mediante un lenguaje que si bien puede ser complejo, no deja de ser absolutamente cotidiano: la palabra y la imagen.

Como continuación a una entrada de hace unos meses, hoy publico imágenes tomadas de mi propia cuenta de Instagram con sus respectivas descripciones poéticas.





Existes, y te empañas en pasos día tras día. En las curvas del hartazgo te difuminas y delineas, en las esquinas del sol me guiñas. Existes en un eje distinto y en un traje tóxico.




Estabas muerta en un rincón de la oscuridad, junto a una puerta abierta y misteriosa. Estabas inmóvil, fría, y yo seguía temiendo tu convulsión, tu compulsión. Sentí tu aterciopelado cuerpo y me di asco. Lancé sobre ti un relámpago y reviví tus colores. Me mezclé con tu piel, y recé sin saber rezar.




Estas paredes rugosas
me escuchan recordar un futuro todas las mañanas

Cuando la luz me rebota en las pestañas y cada paso es difícil

Vamos a envejecer
vamos a envejecer como la luz de las hojas de los árboles
como las sombras que envejecen con el día
como las raíces que envejecen tranquilas con la tierra
como las flores que envejecen en frutas
como nuestros poemas 
como los poemas que sueltan sus comos y sus comas 
como un superhéroe
majestuoso y hecho mierda
como un fuego en la madrugada
como un satélite abandonado
vamos a envejecer




Ayer me equivoqué de estación y caminé más a casa. Quizá había demasiada gente, o tal vez no había nadie, porque no estabas. Pero tu silencio me deja oír a todas las cosas que me gritan pidiéndote. Y es que todas ellas parecen estar hechas para ti; una explicación del deseo en cuatro páginas; una fotografía vieja; el descubrimiento de una coincidencia más; un rayo de luz sobre la manija de la puerta; unas letras neon en medio de la noche.



Fotografía: Elisa Jimenez

Esa noche le pregunté en qué estado de agregación estaba el fuego. Es gas muy caliente, casi plasma. Miré el plasma de las estrellas que mi cámara no alcanza. Miré el humo huyendo de tu cuerpo, miré el aire de invierno que desde allí parecía falso. 
Mis piernas se parecen a las de mi abuela, pero las de ella nunca se bañaron en fuego. Mis pies se parecen a la tierra, y como ella se visten de negro pesado. El fuego se parece a él y yo me parezco a una estrella.



Fotografía: Elisa Jimenez

Nos asombra mirarlo, como nos gusta oler la tierra mojada. 
Y todos lo vemos del mismo modo, bajando la vista y cerrando un poco los ojos, inmóviles, tratando de inmovilizar alguna figura. 
De niña me gustaba ver los troncos encendidos en la chimenea, porque en ellos veía casas de duendes, o de hobbits, o de hadas.
Me gustaba soplarle al fuego para verlo crepitar.
Creo que siempre buscaré hacer temblar al fuego.




¿Saltamos?





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