Los que saben y los que no




Como alumna de una escuela profesional de danza, he vivido todo tipo de experiencias y he tratado con profesores de los temperamentos e ideas más variados. Por lo tanto no puedo generalizar en lo que voy a compartir, sin embargo, es una situación que nos termina absorbiendo a todos por igual.

En el libro “La vuelta al día en ochenta mundos” del argentino Julio Cortázar, encontramos un pequeño relato llamado “Hay que ser realmente idiota para…”. Me parece que ilustra magníficamente la situación que quiero analizar. Presento a continuación algunos fragmentos.

“Voy al teatro con mi mujer y algún amigo (…) y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla, (…) y en todo caso me alegro (…) de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gente extraordinaria está haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes.”
“Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (…) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas.”
“Yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez.”

Me parece que como artistas, a todos nos es familiar la idea: “alguien que no sabe, va a decir que está bien, pero alguien que sabe va a saber que está mal”. También: “no siempre va a venir tu mamá a decirte que eres el mejor/ la más bonita/ el más talentoso”.
Una vez que escuchas eso, se acabó. La próxima vez que tu madre vaya a verte y te felicite, será inevitable que un “lo dice porque es mi mamá” pase por tu mente, y sigas pensando en que ella no se dio cuenta de que entraste en el 4 en vez de en el 8, y tus piernas no están lo suficiente estiradas, y la posición de tu cabeza no era la correcta. Ya no puedes pensar que estás feliz de que haya disfrutado (¿no era esa la idea?), sino que tu mamá no está lo suficientemente capacitada como para decir que el trabajo era de calidad o no. Todo esto me parece enfermo. 

Para empezar, ¿Quién es nuestro público? La gente que paga su entrada, el teatro no va a estar siempre lleno de gente perteneciente al medio artístico, sin contar que es común que los bailarines, coreógrafos, maestros o críticos entren con cortesías o pases de prensa.

¿A quién aspiramos que llegue nuestro arte? A todo mundo. Como artistas, todos quisiéramos que cualquier persona pudiera disfrutar y valorara nuestro trabajo, y para ir formando ese público con el que todos soñamos, es necesario ofrecer siempre un espectáculo de la mejor calidad posible.

Que alguien no tenga una formación profesional en cierta disciplina, no significa que no pueda distinguir un buen espectáculo de uno malo. Quizá ese alguien (por poner un ejemplo) no pueda decir que la bailarina hizo 24 fouettés en vez de 32 y cayó en sexta, pero va a notar que sus movimientos fueron torpes y no coincidieron con la música.



Sin embargo, el público va a apreciar la obra en conjunto. Si fue de calidad, la va a disfrutar y probablemente recomendar a pesar de que la primera bailarina haya fallado los giros. Probablemente la gente del medio dancístico que haya asistido a la función, a la larga lo único que recuerde de ese día sea que la primera bailarina hizo 24 fouettés y no 32. ¿Cuántas veces no hemos escuchado “quisiera no saber de danza para poder disfrutar verla”? Entiendo el por qué se dice esto, sin embargo creo que se puede disfrutar una buena función conociendo todo acerca de la puesta en escena, o se puede no disfrutarla aunque sea la primera vez que se ve danza, todo depende de la intención que se tenga al acudir al teatro.

Es común escuchar que los maestros digan: “alguien que no sabe, va a decir que está bien, pero alguien que sabe va a saber que está mal”. Cualquier público va a distinguir una mala función, y cualquier público merece calidad, por el simple hecho de que nos está dando su tiempo, y la mayoría de las veces, también su dinero.

La preocupación de presentar un buen trabajo está en nosotros, porque amamos lo que hacemos y queremos compartirlo con los demás (así, como nos gusta, como nos gustaría verlo), no en los conocedores que puedan criticarnos.


Pueden leer “Hay que ser realmente idiota para…” completo en el siguiente enlace: http://www.literaberinto.com/cortazar/haqueserealmenteidiota.htm

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