La poesía de los reflejos

Agrego fotos regularmente a mi cuenta de Instagram (@giovigeraldina) desde diciembre de 2012, pero nunca había utilizado dicha red social como un medio para escribir. Hace dos meses, descubrí cierto encanto en acompañar mis fotografías con pequeños textos hechos especialmente para ellas. Hoy quiero compartir algunas de estas composiciones, mis favoritas.

La primera parte son tres textos que escribí en tres momentos distintos. Están en orden cronológico y reflejan una misma angustia que me asalta cada tanto. La segunda son cuatro imágenes capturadas en cuatro diferentes ciudades. Quizá no tengan relación alguna más que su autora, sin embargo considero que el resultado de presentarlas juntas puede ser coherente y hasta cierto punto estético. 

“Las mujeres hermosas son invisibles. Nunca vemos realmente a la persona, vemos la hermosa coraza. Estamos bloqueados por la barrera de la belleza, estamos tan deslumbrados por el exterior, que no alcanzamos a ver el interior.”
Philip Roth, El animal moribundo.




Acababa de limpiarme las lágrimas negras de la cara. No sabía nada, solo que no quería estar sola, ese llanto no podía ser por una película, pero es que me reflejé en la pantalla, desgarrada y viéndote correr hacia quien sabe dónde. Mentira, yo sí sé a dónde vas. Acabas de abandonar el cuerpo de otro intruso y regresas al país del sueño donde te di vida. Mi primer deseo fue una botella de vodka, pero mi barrio es una mierda pretenciosa que se disfraza de decencia y para acabar pronto, no me venden vodka. Así que corro a la computadora, donde espero que un par de luces me digan que afuera hay alguien que me quiere. Me equivoco, solo les parece fácil reaccionar a una imagen, que además es un recuerdo de alguien que fui. Todo es lo mismo, una diminuta parte de mí que puede parecer aceptable, agradable. Miro el espejo. Esa mujer no soy yo, ni esos aretes son míos, ni ese maquillaje. Las corrientes de aire me abren la piel, le tengo miedo a la luz. Solo por un momento quisiera ser una voz, una corriente eléctrica, una canción que puedas escuchar toda la vida y que te siga revolviendo el pecho, un rayo de sol que te abrace a las cinco de la tarde. Pero recuerdo que no estás, volviste corriendo al país del sueño.




¿Qué te significa belleza? Y sé que no lo sabes porque nunca te lo has preguntado. Puedo hacer con tu concepto lo que quiera, porque es tan frágil como el cristal de tu mirada, esa que no soporta la mía porque mis ojos son de piedra vieja a la orilla del mar, corroída, enmohecida. Tu belleza no soporta ni el soplo de mis montañas, porque en ellas hay pueblos y minas, en mis montañas formo volcanes, y tú no construyes nada con una palabra amorfa. En estos cráteres junto a mi boca, he guardado los incendios de cuatrocientos ejércitos y los voy apagando cada medio día insoportable. En los bosques sobre mis ojos, he dejado que las mariposas emigren, y en las cortinas rotas que ahora te asustan, bordé tu diálogo con el mundo, una palabra que se repite hasta parecer dibujo, que me clavaste en la cara pero ya no me sirve.




Habíamos hablado del miedo a la luz, yo y ella, yo y él, yo y él, yo, como siempre sola. Tengo todos sus versos guardados como un tesoro, y me saltan de pronto otros ojos tan cerca y tan alejados, que me pusieron en el hombro una mano llamada juego. Hay espejos en cada esquina que se estrellan con el deseo -limitado en su agonía- de una voz extraña. Sólo yo me arriesgo con la confianza del fracaso, no tengo miedo a los sueños. Al volverse realidad, descubro que las pesadillas sólo existen en la vigilia, y que al dormir, los sueños son sólo aquellos que de día veía escondidos en un rincón de mi propia imaginación. Regreso al comienzo y a fumarme los problemas. Mujer de cabellos desteñidos -con apenas edad para contar un par de historias-, navegaré la naturaleza de tus claros hilos quejumbrosos. Quien te viera en la noche, alumbrando semblantes con tu velo de luz.


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Toldo de la Plaza de la Danza, Centro Nacional de las Artes, Ciudad de México

Esta es una montaña escondida, somnolienta y asustada de ser descubierta. Esta mañana debería ser noche abrigada y suave. Cielo de belleza lejana, me hiciste una cuna cada día de mi infancia, cuando tenía fe en mi propia vida y crecer parecía imposible. Páginas que se resisten a tener significado, mano que no responde, pluma que no sangra. Mis párpados se rinden al ruido de un par de suelas de plástico que matan a cada paso un millón de insectos.



Basílica de Zapopan, Guadalajara, Jalisco, México

Corren por las veredas despejadas con espejismos en los ojos y no sienten el vuelo de sus plantas. Se saben inmortales y es la muerte de quien corren. Diosa de lo impensable, que me traes entre sueños un ataúd en procesión, mostrándome el miedo y mi poca esencia humana que te implora de rodillas: no te lleves ahora a mis hijos, serán tuyos una eternidad, déjame verlos llenarse de años y amargura.



Congreso de la Nación, Buenos Aires, Argentina

No eres la forma ondulada de la noche. Reflejo, luego una voz. Por unos días, estamos (todos los tús y todas las yos) a ocho mil kilómetros de distancia, buscando en lo conocido. Por un momento, podríamos ocupar el mismo espacio, podríamos fundirnos en espiral sobre una superficie suave y tibia, podríamos jugar sobre las nubes, sobre los techos. Entre los gajos de tu mente, destellan brillantitos que suenan a casa, suenan a cinco de la tarde, suenan a gotas de sol.



Pedazo de libro sobre una calle de Montevideo, Uruguay.


Me encontré con tu vagabundeo, y no pude más que atesorarlo con la vista. Eras el monumento más imponente en la ciudad más pequeña. Las corrientes de luz caían sobre tu superficie como si ese hubiera sido el curso natural desde la creación. Trazar tus destellos no fue suficiente, tuve que intentar beberte hasta el delirio. Tan precisa, joya deshecha.

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