Jauría
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Ximena Marván y elenco de Jauría. Fotografía: David Flores Rubio |
La sociedad es un monstruo que nos da a luz para después
aprisionarnos y alimentarse de nosotros. Sin embargo, esa misma sociedad será
siempre nuestro entorno, y de algún modo nuestro hogar, por eso duele ver cómo
se desmorona. “Pertenecer a una manada a la que no necesariamente quieres
pertenecer, pero no tienes otra opción”, dice Vladimir Rodríguez, coreógrafo
colombiano que desde hace cuatro semanas, está convirtiendo a 10 bailarines del
Centro de Producción de Danza Contemporánea (CEPRODAC) en Jauría.
Su trabajo había sido visto en México por gente del medio de
la danza, como Marco Antonio Silva: había dado clases y traído varias piezas.
De alguna manera ya estaban al tanto de su obra, pero en esta ocasión le
hicieron una invitación oficial para venir a México a crear en CEPRODAC, con
apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia.
Durante varios días acudí a las
instalaciones de la compañía para ver de cerca la evolución de la obra que se
estrenará pronto dentro del marco del Encuentro Nacional de Danza 2017,
organizado por la Coordinación Nacional de Danza del INBA.
Jauría es una
creación original. Está basada en los resultados de un laboratorio de creación que se llevó a cabo durante un mes en Salvador de Bahía, Brasil. Eran chicos que iban
al laboratorio por motivación personal y curiosidad por el trabajo de Vladimir,
no tenían un salario, por tanto nunca se proyectó un trabajo profesional. Con aquellos bailarines bahianos, salió una primera maqueta
de lo que está ocurriendo ahora en la Ciudad de México. En Brasil, la idea no
era crear un espectáculo, pero el proceso fue tan positivo, que Vladimir quiso
retomar y profundizar el material. Justo después surgió la invitación de
CEPRODAC.
A pesar de que Vladimir ya tenía un antecedente de lo que
podría ser la coreografía, la ha adaptado a la condiciones de los bailarines
con los que ahora trabaja, e incluso ha incorporado secuencias completas
generadas por ellos. “Aquí tengo bailarines profesionales asalariados que
defienden un oficio igual que yo, entonces es otro contexto que hace que sea
diferente mi relación con ellos. Son bailarines con un altísimo nivel técnico y
entrenamiento.”
Vladimir no eligió a los intérpretes con los que está trabajando,
fue un elenco que los directivos de CEPRODAC le ofrecieron ya armado, sin
embargo, él siempre asume los equipos que le dan, confía en quienes eligen y
además, para él es un reto “crear tribu” en un grupo que a pesar de convivir
cotidianamente, puede tener diferencias.
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Vladimir Rodríguez. Fotografía: David Flores Rubio |
Ha trabajado en agrupar a los diez bailarines en su universo
artístico, en la misma gestualidad y estilización del movimiento a su manera,
para crear una conciencia de grupo no solo en lo coreográfico sino también en
lo teatral. El coreógrafo resalta que “no es solo bailar juntos, debe haber complicidad
en el escenario, porque hay muchas acciones teatrales en la obra que no son
coreografías fijas, sino que están sucediendo en tiempo real delante de los
espectadores, y hay que construir esa capacidad del intérprete de establecer
complicidad con los colegas para que el resultado sea creíble y que funcione.”
En Jauría,
Vladimir refleja a una tribu mediante un
grupo de perros huérfanos y abandonados que se vuelven manada en una gran
ciudad. Tienen un lado salvaje, es una manada que no funciona, se agrede y se
maltrata al interior pero no se separa, se une para comer o reproducirse. Puede
haber momentos de mucho optimismo donde nace un líder con nuevas expectativas,
pero viene la desilusión, la manada se hunde de nuevo.
Como latinoamericanos, esta última idea puede parecernos muy
familiar. “De México a Tierra del Fuego uno podría hablar de esta idea de tribu
mal llevada, mal vivida, que habla de la sensación de que tengo que pertenecer
a esto más allá de mis fuerzas aunque
no lo disfrute, pero como no hay otra cosa, tengo que sacarlo adelante”, dice
Vladimir.
Argentina, Chile, Brasil, Colombia, Venezuela, Guatemala,
Honduras, México… todos han sentido la esperanza latente que la fuerza de un
sistema más poderoso reduce a nada al cabo de unos años, pero la pieza puede
ser legible en cualquier contexto, la problemática de la que habla Vladimir no
es local, le toca a cualquier latitud, país o continente.
¿Cómo se comunica entonces este discurso? Integremos ahora
el lenguaje dancístico de Vladimir, quien junto a Edwin Vargas se está haciendo
cargo del entrenamiento de los bailarines de CEPRODAC en la técnica que él
mismo ha desarrollado: Piso Móvil.
Edwin es bailarín de Cortocinesis, compañía que fundó
Vladimir en 2003, junto a Ángela Bello y Olga Cruz, cuando este último aún
estaba en la escuela. Edwin llegó como invitado para dar el entrenamiento y se
enamoró del trabajo, se comprometió y se volvió el brazo derecho de la
compañía. Es coreógrafo y maestro de danza, teatro y educación física. Lleva más
de 15 años trabajando con Vladimir, conoce sus universos y colaboran en la
construcción de ideas. En esta residencia artística viene invitado como
asistente de creación, pero también está trabajando en el ámbito de producción,
coreografía y dramaturgia de la pieza. “Hay una complicidad profesional muy
alta y Edwin me parecía la persona indicada para este reto, necesitaba un apoyo
fuerte de alguien que me empujara a sacar esto adelante” cuenta Vladimir.
Como su nombre lo dice, Piso Móvil está construida
básicamente en el trabajo de piso y el flujo continuo de movimiento: no detener
ni aislar las cadenas musculares, sino usar los límites en el rango de
movilidad como un impulso en la dirección contraria, y trasladar al aire la
sensación de resistencia que ofrece el contacto con el piso. No es una idea
sencilla, pero es esencial para generar la calidad activa y la presencia que
Vladimir busca en el escenario.
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Yansi Méndez y Tzitzi Benavides en ensayo. Fotografía: David Flores Rubio |
A diferencia de muchos maestros, Vladimir no indica que los
bailarines se muevan “como si atravesaran mantequilla o gelatina”, porque al
final de cuentas el aire también es un medio, y hay que sentir su densidad como
lo que es para poder tenerlo presente todo el tiempo. Para algunos ha sido
difícil incorporar estas nuevas sensaciones.
Cuenta Paulina del Carmen, bailarina de CEPRODAC: “En mi
danza tiendo a ser muy lineal, y todo esto
tiene mucha tridimensionalidad, la importancia de los movimientos pequeños
y de la contención es algo que me cuesta trabajo. También hay que pensar en no perder la sensación; cuando se empieza
a complejizar el movimiento, siento que todos regresamos por momentos a la
misma densidad que manejamos siempre, y no la que él pide.”
Desde la clase, Vladimir y Edwin trabajan con improvisación
dirigida donde se ponen en práctica los elementos técnicos de Piso Móvil, y la
atención y escucha corporal entre compañeros para complementarse unos con
otros.
Paulina observa que “Vladimir realmente vive la visión que
tiene de la danza, está muy convencido de por qué hace lo que hace. Es
coherente, y eso es algo bien padre, porque no está disociada la personalidad
del coreógrafo de su coreografía. Tomar la clase con él ha sido fundamental
para el desarrollo de la pieza [y para unificarnos]. El entrenamiento te da
las bases.”
Todos los bailarines han participado en la creación de la
coreografía. Vladimir y Edwin les transmiten los conocimientos para que ellos
mismos puedan crear secuencias dentro de Jauría.
En palabras de Bryant Pineda: “No hubiéramos podido crear ciertas cosas sin
haber tenido el entrenamiento con ambos, o las improvisaciones. Su guía y su
manera de ver la escena son fundamentales [para] saber qué quieren en el cuerpo
del bailarín.”
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Yansi Méndez y Vladimir Rodríguez. Fotografía: David Flores Rubio |
Vladimir es alguien que sabe perfectamente cuando algo “funciona”
y cuando no. Desde los ensayos de montaje, se aprecia la fuerza que adquieren
los bailarines al conjugar el dramatismo que requiere Jauría con la técnica de Piso Móvil. En una de mis visitas a
CEPRODAC, pude ver el entrenamiento y durante unos minutos, observé con la
cabeza al ras del suelo a los bailarines. La liberación de sus cuerpos se hizo
mucho más evidente; al no requerir del sostén de las piernas, se asemejan a
hojas de otoño dibujando espirales en el viento, se vuelven plásticos,
tridimensionales, expresivos. Sus cuerpos dejan de ser cuerpos y son cualquier
emoción que deseen proyectar.
Así, la relación entre los bailarines responde al movimiento
visceral que logran para que el espectador los vea como una manada real, cuyos
vínculos van más allá de sus deseos de pertenencia. No hay protagonistas en Jauría, los 10 intérpretes respiran y
laten al mismo tiempo hasta fundirse en un mismo órgano que irradia una vida
instintiva y salvaje.
Ha sido y sigue siendo un gran esfuerzo por parte de todos
los que colaboran en este proyecto, por lo que esperan que se den más funciones
además de la que se tiene programada a la fecha. El estreno mundial de Jauría será el 11 de julio a las 21:00
en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. La entrada es libre.
Agradezco a David Flores, Vladimir Rodríguez, Paulina del
Carmen, Bryant Pineda y a CEPRODAC por abrirme siempre sus puertas.
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