Contradanza en El Bosque
“No puedes encontrarte a ti mismo si no hallas al
otro. De hecho, no estoy poniendo a los bailarines como tal, sino como colegas
creativos que otorgan también su cuerpo, su interés, su inteligencia y su
sensibilidad para hablar juntos. La
obra no sólo es mía, los artistas están conformando día a día con preguntas,
las diferentes sombras de este bosque.”
-Cecilia Appleton-
¿Qué somos? ¿Cuál es nuestra naturaleza original? El domingo
pasado me encontré en una situación incómoda. Entré a una función de danza en
la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario con una cortesía y
una libreta de notas en la mano. Los invito a leer la entrada titulada Los que saben y los que no, de este
mismo espacio, para que lean a una Giovanna apenas unos meses más joven
hablando de la crueldad irracional de algunos críticos de arte que entran al
teatro con cortesías y libretas de notas.
Dieron acceso media hora antes de que iniciara la función, lo
cual me permitió garabatear un ratito sobre lo pequeño que me parecía el
espacio estando vacío. En mis visitas anteriores a la sala, había que hacer
unas filas larguísimas. Se corría el riesgo de quedarse afuera si no se estaba
temprano. Por lo tanto, tomé mis precauciones y me sorprendí siendo la primera.
Reconocí a Elvira Ramos en la cabina de producción, quien junto a Francisco
Muñoz se encargó de condensar el espíritu de la obra en la iluminación. Me dio
gusto verla, pues conviví con ella cotidianamente hace ya 3 años. En ese
entonces, Elvira cursaba el último año de la licenciatura en docencia de danza
clásica y fungía como adjunta de mi maestra titular de técnica de ballet.
El estreno que estaba a punto de presenciar se titula El Bosque, interpretado por la compañía
Contradanza. La coreógrafa y directora de la agrupación, Cecilia Appleton, se
basó en el texto Claros del Bosque
–incluido en el libro del mismo nombre- de la española María Zambrano (Premio
Cervantes 1988).
En este ensayo, Zambrano vuelca su viaje a través de ese
bosque negro al que llamamos inconsciente, intentando llegar al claro que se
encuentra en su centro, casi nunca herido por la luz de la conciencia. Habla de
un pájaro guía en quien no se puede confiar del todo, los claros del bosque
aparecen cuando se está totalmente perdido.
Sin embargo, nadie sabe qué es lo que verá y le tememos a lo
desconocido, a encontrarnos de frente con los monstruos que nos inquietan y
lastiman. La escritora hace referencia a este temor con la idea del “temor al
éxtasis”, porque ¿Cuál es nuestro verdadero clímax, si no nosotros mismos,
nuestra esencia sin ninguna alteración? Sin embargo, es difícil habituarse a
convivir con ese origen. La felicidad directa que deberíamos encontrar en
nuestro interior más externo nos aterra, nos hace sentir desprotegidos. La
respuesta a la búsqueda de nuestro origen es la nada, “la nada y el vacío”.
No es fácil la tarea de traducir a movimiento la filosofía de
María Zambrano, pero no estamos hablando de cualquier coreógrafa ni de
cualquier compañía. Cecilia Appleton ha recibido la Medalla Bellas Artes en
2015 y el Premio Nacional de Danza Contemporánea José Limón en su edición
número 28. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA, y ha
viajado a varios países de América y Europa con su compañía Contradanza,
fundada en 1983 y una de las más representativas de la ciudad.
La obra comienza con telón abajo y tres bailarines en proscenio
que dialogan sobre el viaje que están a punto de iniciar, de modo que al subir
el telón, entramos con ellos a un mundo oscuro y enigmático, donde las
posiciones estáticas de los bailarines en escena recuerdan árboles, raíces y
riachuelos.
Conforme avanza,
El Bosque nos muestra escenas escondidas dentro de la mente, tan diversas
como la música que las acompaña, que va desde un fragmento de Béla Bartók,
hasta una mezcla de grabaciones de los propios intérpretes recitando fragmentos
de Claros del bosque.
Me llamó la atención el contraste entre la juventud de la
mayoría de los bailarines, y el cabello blanco de Antonio Fuentes, colaborador
invitado. Después leí en Internet que Contradanza suele incluir en sus montajes
a bailarines de distintas edades para enriquecer la coreografía en tipos de
expresión y lenguaje corporal.
Fotografía: Cultura UNAM |
El Bosque es minimalista en su escenografía, cada
objeto tiene un significado claro, por ejemplo, la gabardina amarilla que es
presentada como protección en el viaje a nuestro interior, y que eventualmente
desaparece para dejar a los artistas expuestos ante sí mismos.
Considero particularmente interesante el manejo de la
desnudez y su efecto en el público. Los bailarines se despojan totalmente de
sus prendas en el escenario, con evidente incomodidad. Admito que me sentí
perturbada al principio, pero después de unos minutos me di cuenta de que lo
que estaba ante mí no era más que cuerpos humanos reales y completos, nuestra
naturaleza de origen. La metáfora es clara: nos causa conflicto vernos y dejar
que nos vean tal cual somos, sin máscaras ni coberturas, sin embargo debemos
aprender a convivir con el yo que
solíamos esconder. Esa es la respuesta a nuestra ansiosa búsqueda de los claros
del bosque: un claro, la nada, el vacío.
Los objetos y elementos escénicos también sirven como apoyo
para desarrollar las imágenes fuertes del texto. Una de las escenas representa
el siguiente fragmento de Zambrano:
“Y aparece luego en el claro del
bosque, en el escondido y en el asequible, pues que ya el temor del éxtasis lo
ha igualado, el temblor del espejo, y en él, el anuncio y el final de la plenitud
que no llegó a darse: la visión adecuada al mirar despierto y dormido al par,
la palabra presentida a lo más. Se muestra ahora el claro como espejo que
tiembla, claridad aleteante que apenas deja dibujarse algo que al par se
desdibuja. Y todo alude, todo es alusión y todo es oblicuo, la luz misma que se
manifiesta como reflejo se da oblicuamente, mas no lisa como espada.”
Una mujer yace hincada al centro de un círculo delimitado por
espejos que miran hacia ella, sostenidos por los bailarines que la observan
mientras intenta esconderse de sus propios reflejos desnudos. Encontré este
cuadro emotivo, pero no entendí qué significaba ni qué relación tenía con la
intención que el programa me había presentado. De hecho, me sucedió lo mismo
con varias escenas.
Supe que tenía que leer Claros
del bosque en cuanto terminara la función. Para mi sorpresa, leerlo no sólo
me ayudó a terminar de comprender la estructura de la coreografía, sino que haber
visto la coreografía me facilitó asimilar la idea general del ensayo de
Zambrano en una primera lectura rápida. Me detuve a leer con calma, y fui
encontrando en cada relectura decenas de
posibilidades, un camino de razonamiento fascinante que me ofreció
asomarme al universo filosófico de la autora. En el próximo montaje de El Bosque, recomiendo al público
asistente leer el texto en el cual se basa antes de la función, para poder
apreciar cada detalle y su razón de ser.
Siendo El Bosque
una interpretación de Cecilia Appleton de Claros
del Bosque, es natural que la coreógrafa dé prioridad a los fragmentos que
más la impactaron, suprima los que le parecieron menos relevantes e incluya
pasajes e ideas personales. Además, este montaje ha pasado por varios
encuentros de colaboración y laboratorios de trabajo en distintos escenarios como la plaza de La Espiga frente al Museo Universitario de Arte Contemporáneo
(MUAC) en el Centro Cultural Universitario, el teatro del Rinoceronte Enamorado
en San Luis Potosí y el Centro Cultural Los Talleres.
Estoy segura de que entre los nueve millones de habitantes de
la Ciudad de México, hay 2,800 interesados en llenar las localidades de las
cuatro funciones que conformaron la temporada de El Bosque, sin embargo, en la que yo presencié se desperdiciaron
más de 600 butacas, y se hubiera desperdiciado la mía de no tener como contacto
en Facebook a uno de los bailarines. La difusión de algunos eventos culturales
es todo un misterio ¿No les parece?
Pueden leer Claros del
bosque de María Zambrano, completo en el siguiente enlace:
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