Uno y otro

Al abrir este espacio, nunca había escrito un artículo sobre nada. Si acaso alguna crónica o entrevista para la escuela y nada más. Mi escritura era casi totalmente lírica. Por lo tanto, la idea original era alternar publicaciones de opinión, reseñas sobre arte y poesía propia, pero esto último siempre es lo más difícil de publicar, pues significa exponerte, mostrar los pensamientos y emociones en su forma más pura. Por lo mismo, los dos textos que hoy presento son, uno no totalmente propio, y otro no totalmente poético. Me explico: el primero surgió de la lectura del libro Los hombres del Alba de Efraín Huerta. Conforme avanzaba, fui distinguiendo palabras recurrentes en todos los poemas del libro. Anoté las más representativas y con ellas conformé un pequeño poema. El segundo es un relato en cuatro partes donde la primera está basada en una anécdota real, y a partir de la segunda se va mezclando con la fantasía hasta volverse totalmente ficticio. Ahí les van.


El jardín del edén, El Bosco.

En un jardín del edén

Pequeños limones de jugo infinito
Juegan en jardines a huir de golondrinas
Olvidando el invierno y el carbón del olvido
Ignorando blancas camelias, blancos claveles
Blancas orquídeas, blancas violetas
Recordando la redondez del deseo
El alba que blanquea la juventud
Luna manchada de pasión
Sangre donde te llevo escondida
Presencia mustia e irresistible





Cambio de rumbo


“Caminaban en la costa, sin ningún otro pensamiento en sus mentes que el de amarse, y eso lo sé, y lo saben todas mis hermanas, porque llevamos el tiempo suficiente sobre este mágico lugar, como para estar seguras que nunca habíamos visto ninguna mirada igual que la de ellos.”
-Ramón Guerrero Miranda-




Mural de la miseria
no. 2, Oswaldo
Guayasamín
I
Mis manos tambaleantes intentaban no soltar el bolígrafo. Mi caligrafía aún no se libera de los nervios. Unos ojos recortados del resto del mundo se posaban sobre el paisaje más cotidiano, regular y gris. Busqué palabras que me alejaran de lo que sucedería invariablemente. –Te reto-. Sabías los efectos de esas palabras. Más aún, sabías los efectos de bajar la mirada y expresarme tu decepción. Seguimos divagando y llenando el tiempo con palabras. Un par de ventanas de ceguera cambiaron su rumbo hacia mi andar inestable. Mi mano decidió posarse en su hombro indiferente. Unos ojos recortados del mundo me miraron. Unos ojos altaneros, que se sabían contenedores de un pequeño aleph.  -Están vacíos, por eso reflejan el mismo color que el vacío cielo.-
Un azul omnipresente, un azul blanco. Entre las fibras de su iris están todos los colores. Están las consistencias del diamante y del algodón. Alguien puso en sonido la perfección de su sonrisa. Una sonrisa opacada, tristemente opacada por unos ojos recortados del mundo.



Lluvia limpiando calle,
Dusan Djukaric
II
El rosa del cielo se entreteje con la dulzura de una melodía anónima. Cuando vuelvo a subir la vista, el rosa se ha ido, y se ha ido la melodía. El rosa se escondió en tus mejillas y la melodía dormirá en tus labios hasta el amanecer, cuando distraída me tararees un vals venezolano. Nada importa más que una guitarra sonando entre paredes. Cierro los ojos y comienzo a sentir las vibraciones con los pies. El sentimiento se intensifica y me transporta a una calle húmeda en invierno. Viajo hacia tu recuerdo. El tiempo se congeló con tu melodía y me traiciona cada tanto. La melodía me recorre, y cada vez regresa a su redondez. La melodía me hace cosquillas y me saca la lengua. Me voy hundiendo en la inconsciencia de mi cuerpo. El tiempo de añorar se termina de pronto, y la melancolía se deshace como canicas cayendo por la escalera.



En la costa después de lluvia,
Dusan Djukarik
III
En la lejanía una sombra nos acecha. Flota sobre el mar que nos anuncia su muerte. Quizá sean las tinieblas que vienen a despedirse. Ayer vinieron las aves, todas lloraban a la vez. Sabían que sin él, ellas serían polvo en el viento. Nos fuimos haciendo conscientes de nuestras conexiones, y le temimos a la muerte. La muerte, tantas veces hablada y que a nuestra edad ya casi sentíamos natural. Pero las penumbras nos dijeron que no nos acogerían al abandonar aquel mar agonizante. Al irnos (nos iríamos como llegamos, juntos) no tendríamos nada, no seríamos y no sabríamos nada más sobre lo que alguna vez nos conformó.






Iridescent shell v.2 por ultraspacemobile.
Imagen obtenida de deviantart.com

IV
Te recuerdo caminando por una playa solitaria, pies mojados, ojos al sol adormecido. La luna ya se asomaba sobre un azul gris, peleando contra el calor de la costa. Y así, adormecido de mar, tus ojos vacíos cambiaron de rumbo. Un destello de nácar se hizo visible con los últimos rayos de sol, y yo desde tan lejos te sentía. Recogiste aquel pedazo de felicidad pensando que podrías beberlo como antídoto en cada noche solitaria, pero solo se convirtió en una aislada pieza, melancólica de mar, sin saber que su mar moría cada día más rápido y que con su muerte mataba, pero ella prefería volverse arena, que permanecer inmortal entre polvo y silencio, eterna entre el ruido diurno y la imperturbable quietud de las madrugadas.

Comentarios

  1. Excelente Giovanna, tus palabras son «una caricia al alba». Gracias por compartir este pedacito de sensaciones.

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