La perla más rara | Parte 1
Catedral de Guadalajara |
Se habla del constante esfuerzo de la tecnología por
virtualizar todo: relaciones de amistad y amorosas, compras, información, mensajería de todo tipo, bibliotecas electrónicas y visitas guiadas a los
museos más famosos del mundo a través de videos de 360°.
A veces incluso se escucha de viajes futuristas en los
cuales se podrían producir (¿reproducir?) todas las sensaciones para lograr
conocer un lugar sin movernos de nuestra casa.
Desde que era muy chica, escuché de las grandes
metrópolis de mi país, además de la capital donde hasta hoy he vivido:
Guadalajara, Jalisco y Monterrey, Nuevo León. Me la pasaba viendo fotos y
videos para intentar saciar mi curiosidad, pero por supuesto, no pude.
Casi cualquier material e información que te pueda ofrecer la
red sobre un lugar, se limita a lo que se quiere mostrar al turismo, y en la
mayoría de los casos, resulta repetitivo hasta el aburrimiento. La vista es
limitada, la diferencia de detalles apreciables en comparación con asistir
personalmente es abismal.
El pasado fin de semana, visité por primera vez la ciudad de
Guadalajara. Había escuchado su nombre en la voz de Jorge Negrete, y sabía de
su catedral, universidad, movimiento cultural e internacionalmente reconocida
feria del libro. Sin embargo, su belleza me sorprendió como si no hubiera visto
jamás una fotografía.
Para mí un viaje es mucho más que ver lugares. Viajar a esta
ciudad es la sombra y el murmullo de su vegetación, la amplitud de las calles,
la imponencia de sus construcciones, el sol de mediodía que te quema la piel, los
sonidos y voces de los mercados, la invitación de las calzadas a ser recorridas
a pie, sabores y detalles que nos conmueven o emocionan, recoger una flor en el
camino, distinguir las diferentes formas de hablar y de conducirse de las
personas, a pesar de que todos compartan un alargamiento de las vocales
acentuadas, una especie de acento norteño diluido.
Tuve la fortuna de ser guiada por el marido de mi abuela,
nacido en tierras tapatías y testigo del crecimiento y evolución de la ciudad
desde 1937. Aunque sospechamos que solo nos mostró lo más bonito (se entiende, todos querríamos presumir nuestra ciudad ¿no?) estuvimos tanto en
mercados de comidas frecuentados por locales, como las zonas comerciales y
plazas de edificación más reciente.
Rodeado por las calles Manuel Acuña, Andrés Terán, Juan
Álvarez y Alfredo Carrasco se encuentra
el mercado de Santa Tere, en el barrio del mismo nombre. En una mitad se
encuentran todos los puestos de fruta, verdura, pan, queso, etc. En la otra,
locales de comida preparada, desde juguerías y fondas hasta marisquerías.
Cabe mencionar que nuestro guía se emocionó muchísimo al encontrar en este
mercado unos curiosos frutos rosados de los cueles anexo una fotografía, dado
que no logró recordar con precisión el nombre. Nos dijo que no había visto uno desde
que era un niño.
Interior de la panadería "La Luz" |
Acudimos a otro lugar maravilloso de la infancia de nuestro guía: la panadería “La Luz”, que por cierto cumple 100 años
este junio. El aroma que te embriaga apenas entrar no tiene precio. Son
tradicionales los picones de huevo, sevillanos, polvorones, conchas y galletas
de muchos tipos y sabores, todos de una textura perfecta y sabores maravillosos
a mantequilla, merengue, huevo y azúcar que ríen y rebotan en la boca.
Continuará...
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